QUIERO SER DE FRUTILLAS Y DE CEREZAS

-Hay algo que me llama la atención de vos.
-¿Qué?
-Siempre estás pensando en el fuego.
-Dani me dice chispa, creo que viene por ahí.

Después del comentario que me hizo Anita, mi amiga mendocina, nos reímos. Estábamos comprando libros: "Cómo provocar un incendio y por qué".

Hasta ese momento siempre me identifiqué con la tierra. Ni con el agua, ni con el aire, ni con el fuego. Siempre con la tierra. Pero no. 

Amigarme con el fuego no fue fácil. No es fácil. El fuego quema. El fuego a veces necesita del agua para apagarse un poco, para regularse. Pero, también necesita del aire para encenderse.
Nunca pude explicar bien mi relación con el fuego. Sólo sé que está y que me habita. Que existe y que es real. 

De vez en cuando ese fuego busca salir. Algo parecido a la lava de un volcán que estalla y te dice aquí estoy. Por más de que no me veas, estoy. 

Exteriorizar lo que no entendemos bien por qué está ahí adentro a veces se pierde en una necesidad que no encuentra la manera de enfocarse y hace lo que puede. 

Es difícil hablar del fuego propio. Amigarse con eso de lo que una está hecha. Entenderlo, manejarlo, controlar su intensidad. Aprender a que construir herramientas propias para no quemarte con todo eso implica tiempo(s), atención, búsqueda(s), encuentros y desencuentros. Pero tiempo y paciencia. Siempre tiempo y paciencia. 

¿Cómo usarlo? ¿En dónde? Con quién? ¿Para qué? 

Mucho tiempo me juzgué por no estar hecha de frutillas y de cerezas. Incluso, a veces, sigo deseando estar completamente hecha de frutillas y de cerezas. Pero no.

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